Cuentos sobre la mirada





Abdelkarim, al que también llamaban Manuel, cerró los ojos y se sintió en un pequeño buque de madera. La calma era tal que apenas se balanceaba. Si no fuera por el ligero sonido del roce de sus babuchas de piel, que le recordaban al crujido de la madera, el silencio sería absoluto. Su alfombra-barco navegaba inmóvil a ritmo de dhikr. Un dhikr callado, envolvente y marino.

El asr de aquel día transcurría con ese inesperado fluir naval, cuya brisa era también aroma de leña que empezaba a arder para afrontar una noche de otoño cada vez más invernal. Se acercaba un nuevo año cuando hacía sólo unas semanas que había empezado otro… Enero y Muharram, como Abdelkarim y Manuel, convivían en el día a día. Mes a mes, greogoriano y lunar.

Su alfombra donde solía hacer el salat también tenía otro nombre, zarbiya. Y sus funciones eran múltiples: allí donde se postraba y recostaba varias veces al día, también era cama en inalcanzables noches de vigilia; mapa para encontrarse a uno mismo; parte del mantel-aposento para fraternas comidas entre hermanos; biblioteca de lectura y memorización... incluso camilla para su corazón enfermo. Ahora, empujada por su dhikr, cobraba forma de barco con el que navegar.

No es de extrañar que sea la alfombra mágica, con la que volar, uno de los objetos que todavía impregnan el imaginario orientalista. Los iconos no surgen de la nada, y la alfombra individual, con la que se enzarza el musulmán, es el albergue capaz de cobrar formas en el mundo de las formas. Y de Al-láh surge lo espontáneo.

Autor: Abdel-latif Bilal Ibn Samar

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