Yamil y Yafar


dhikr

Los dos lobos

Una noche Yamil, ya anciano, contaba a su nieto sobre una batalla que lleva la gente en su interior...

-Hijo mio, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno de esos lobos se llama el Mal, y se compone de la ira, la envidia, los celos enfermizos, la depresión, la codicia, la arrogancia, la autocompasión, la culpa, el resentimiento, el sentimiento de inferioridad, las mentiras, la falsedad, el orgullo, la soberbia y los bajos egos. El otro lobo, es bueno, y se compone de alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, simpatía, generosidad, verdad, compasión y fe.

El jóven pensó en la batalla, reflexionó por un instante y luego le preguntó a su abuelo: -¿Cual de los lobos gana?

A lo que simplemente contestó: -Aquel al que alimentas.

Darul Fauda o los hombres vulgares

Cuando Yamil se casó con Aisha, su primera esposa, dejó el valle de sus padres y se trasladó a una casa en la ciudad de Darul Fauda. Se sentó Yamil en una columna rota en la plaza y dijo:

-Al corrupto le parecerán estas palabras obvias; y esa es la medida de su estupidez. Quien vea esto claramente es que ya lo sabía y es un corrupto, uno que no tiene amigos y por pequeño hombre que sea, un responsable de cada tragedia del género humano. Quien en cambio dude de lo que aquí digo, es un hombre bueno.

Es del hombre común de naturaleza traicionera. El hombre común es cobarde y traidor. Nunca debes fiarte de quien se dice tu amigo. Solo los simples de corazón pueden escapar a la regla general de la maldad. Quien es de corazón bueno y de ideas sencillas es un buen compañero. Quien es de corazón bueno y de intelecto profundo es mejor compañero aun, porque no necesita de tu ayuda. Quien es vanidoso es internamente horrible. Quien se jacta de saber mucho es el más ignorante y el peor entre vosotros. Quien es sencillo de mente y corazón es verdaderamente bueno, pero necesita al que siendo bueno es fuerte. La agudeza para herir a otros suele ser tomada por habilidad buena, pero es una desgracia. Ten buenos pensamientos, buenas palabras y tus obras serán buenas. Nunca menosprecies a otro, aún si lo ves muy simple porque en él hay algo que tu no tienes, aunque lo veas desamparado y carente.

Las barbas del imám

Un día cuando Yamil era ya un hombre maduro, de barbas grises, antes de la oración del viernes, el imám de la aljama de Darul Fuda decía la jutba desde el púlpito, ..y donde veais una barba larga y lustrosa, vereis un buen musulmán”.

Yamil replicó: -He comprado una cabra cuya barba es más tupida y vistosa que la tuya ¿acaso no debería mi cabra decir la jutba?

El siguiente viernes el imám, molesto por la interrupción de la semana anterior daba su sermón muy encendido y hablaba sobre las virtudes de la barba sacudiendo la cabeza y gesticulando.

Yamil no lo interrumpió, pero apoyó su hombro contra una columna y rompió en llanto. Dijo el imám: -Veis a un hombre piadoso que se ha arrepentido de tomar a la ligera tema tan importante como el de la barba y llora de pesar.

Yamil lo miró con los ojos empapados y dijo: -Es que mi cabra ha muerto y yo le había cobrado gran afecto, y cuando sacudes tu barba me acuerdo de ella.

Yamil en el Jorasán

Siendo que las irrefutables pruebas de crímenes no cometidos por nadie inculpaban con claridad a Yamil, debido a la falta de aprecio que le había cobrado el imám, decidió Yamil viajar un tiempo por las montañas del Jorasán hasta que se calmaran las cosas. Luego de dejar sus ahorros a su esposa y llevando solo su asno, un poco de dinero que juzgo que Aisha no necesitaría y muy poco equipaje, partió. Un día lo alcanzó, justo antes de la hora del magrib, una vieja caravanera, donde decidió acomodarse.

Y salió Yamil al amanecer siguiente de la caravanera luego de realizar las oración de la mañana. Miró el sol naciente y bajó la cabeza, la meneó con desdén y caminó.

Y cuando el sol se elevó un poco, y era muy temprano en la mañana, llegó a una aldea y encontrando que había una reunión en la plaza dijo a todos:

- Y donde quiera que estés no te aflijas, tu Señor no te ha olvidado, ni está enojado contigo. Pero la mayoría de los hombres no razonan y se aturden con pequeñeces. Los domina el temor a sus propios estragos. Y a la mayoría los domina la ira. Es la ira como un arbusto espinoso, que cree el iracundo lastima a otros mientras se enreda y lacera en él. Todo el que descarta o contradice a uno por su reputación y no por lo que argumenta es ignorante. Todo el que busca prevalecer en discusiones vanas es ignorante. Todo el que duda de lo que otro asevera sin saber nada del asunto es perverso, salvo si así preserva el honor de las personas. Quien duda de toda calumnia es sabio. Yo estoy más allá de vuestros ritos, solo realizo aquellos de los que comprendo su significado interior. Si acaso creéis que Dios os recompensará por levantar un dedo en vuestra oración no tengo nada que hacer entre vosotros.

Y los hombres se dispersaron murmurando.

La Aldea

Luego de unos días Yamil llegó a una aldea. Junto al camino, a unos quinientos metros antes del abigarrado caserío, había un pozo y un anciano indolentemente sentado. Yamil se detuvo a refrescarse en el pozo antes de ir al pueblo. Entonces llegó caminando en dirección al pueblo un hombre joven y preguntó al anciano:

-¿Cómo es la gente de este pueblo?, nunca he venido por aquí.

-¿Cómo es la gente de tu pueblo?, respondió el viejo.

-Ególata y mentirosa, no veía la hora de alejarme de ellos, dijo el joven.

-Pues así es la gente de esta aldea, replicó el viejo.

El joven se marchó cabizbajo en dirección opuesta a la aldea.

Un momento después llegó un segundo joven y también consultó al anciano.

-¿Cómo es la gente de este pueblo?

El anciano respondió igual que al anterior:

-¿Cómo era la gente del pueblo donde vienes?

-Eran buenas personas, tenía tantos amigos que me ha costado mucho dejarlos, dijo el joven.

-La gente de este pueblo es buena y amable, dijo el viejo, -aquí harás muchos nuevos amigos.

Cuando se marchó el joven, Yamil se aproximó al anciano:

-¿Cómo puedes responder a cada uno exactamente lo contrario?, le preguntó.

Dijo el viejo:

-Cada uno lleva todos los matices del carácter y en verdad todo el universo dentro. Depende del hombre dominar una parte y dejar aflorar otra, cada uno de estos jóvenes encontrarán lo que buscan, sin dudas.

Yamil se quedó meditabundo ante tal respuesta y se alejó caminando y meditando las palabras del viejo. Luego de pensar en las personas que había conocido en su vida y en las que conocería. Regresó corriendo al pozo deseoso de pedir al hombre viejo más explicaciones, convencido de que había encontrado a uno de estos hombres que Allah agracia con una visión clara.

Al día siguiente, Yamil regresó y encontró al hombre rezando la oración del mediodía, y sin más ceremonias se paró a orar a su derecha. El hombre pareció no percatarse de su llegada. Levantó las manos y recitó una súplica diciendo: -“¡Oh Allah, Tú que eres el Viviente, el Sustentador, castígarme si me crees merecedor de castigo, pero con lo que sea que me castigues, que no sea incrementar los velos entre Tú y yo".

Yamil continuó junto al hombre hasta completar la oración y luego de concluirla el anciano se sentó volviéndose hacia él con el rostro sonriente y preguntó -¿Has vuelto?

Yamil creyó que se trataba meramente de una frase retórica para iniciar la charla, ya que evidentemente había regresado y estaba sentado frente al anciano.

Pero al instante Yamil se percató de que el anciano evitaba así hablar él mismo y lo forzaba a explicarse.

-Me han impresionado las respuestas que diste a estos dos hombres y a mi mismo hoy, deseo quedarme cerca ¿qué me dices?, dijo Yamil.

-En muchos lugares encontrarás hombres que den respuestas mucho más ingeniosas, dijo el viejo.

-Pero no busco respuestas ingeniosas, cuando llegué tal vez no sabía bien porque venía, cuando volví fue para conocerte y cuando escuché tu súplica, comprendí que debo quedarme, dijo Yamil.

En ese momento pasó por el camino un hombre con un burro, que saludó desde la distancia, el viejo le respondió con un gesto de su mano y miró a Yamil y le dijo:

-¿Ves a ese hombre? Dicen que es un hombre extraño, pero como ves, no podría ni él mismo precisar su "extrañez". No se debe ni a su apariencia física ni a su desbordada emotividad o su probada inteligencia. No se debe a sus ropajes de colores brillantes o pardos ni a su andar pausado o su constante divagar por parajes lejanos. No se debe ni a sus sueños poblados de sombras y luces o de falsos multicolores o criaturas mitológicas y seres de dificil clasificación... No, nada de eso. Ni se debe tampoco a su edad sin edad, a su tiempo sin tiempo, a su momento atemporal. Se debe, quizás simple y llanamente a su lunar... un lunar grande, oscuro y de vello espeso que le cubre parte de la mano derecha... Si, tal vez, tal vez ese era el motivo, tal vez por fin había encontrado la respuesta... El lunar era la causa de esa molesta sensación de opresión de esa sensación molesta, en realidad era más bien una discorde sensación con una apariencia lejana de no sé que...

Una mañana estuvo revisando a conciencia su lunar, esa extraña mancha que lo cubría... tanto tiempo con él y hasta ahora le prestaba la atención que se merece, tanto tiempo justo delante de sus narices y apenas ahora lo tenía tan claro: era el causante de sus males, de sus dolencias, de sus pesares... tenía la culpa de esa extraña sensación que lo habitaba, esa mancha odiosa, insidiosa, animal y bastarda.

Tomó la navaja... una sonrisa diabólica desfiguró su rostro... Nunca se había sentido tan bien. Miró el cielo: estaba claro y hasta pudo percibir una leve brisa en la frente, las sienes y el ondular de su cabello... inspiró profundamente... cuan fresco se siente el viento hoy, como que intuía atisbos de libertad... pasó los dedos por la hoja afilada de la navaja tomándose todo el tiempo del mundo. No hay prisa, no puede haberla en un momento así.. saboreó su filo, paladeó la sensación de la piel abriéndose de par en par y dejando que la sangre tomase su cauce hacia la tierra... lentamente, se imaginó como la "mancha" se desprendía de su sitio y lentamente se consumía y devoraba a sí misma en la noche, mientras se despedía de ella cariñosamente, puesto que a partir de ese momento ya nada sería igual... La mácula por fin lo habría abandonado... Un escalofrío recorrió su espalda al intuir esto último:

-¿Qué pasará entonces? ¿Qué hay más allá del lugar sin lunar? ¿Qué se sentirá respirar sin ese pesado bulto que oprime algo de mí? ¿A dónde ir? ¿Qué hacer?

Meditó ampliamente esto. Durante varios días sin comer, dándole vueltas al asunto, un asunto que se había tornado en su prioridad, un asunto sobre el cual giraba toda su vida y su muerte.

No podía finalmente decidirse entre el deshacerse de su maldición desollando su piel, o entregarse completamente a ella... Con la mirada perdida y vagando en el ocaso se le veía entonces... dicen que suspiraba lamento y aspiraba melancolía... dicen también que pasaba largas horas extasiado contemplando su mancha en una procesión sin principio ni fin... Por ahí rumoran que hasta le hablaba y se habían hecho grandes amigos aunque por momentos la odiaba a muerte, pero intuía que su muerte estaba unida a la de ella. Hombre y mancha caminaban juntos.

Pero un día ese hombre decidió tomar las riendas, buscó su navaja, y afeitó cuidadosamente los vellos de la mancha, que ya no era, desprovista de ellos ni rara ni llamativa, el hombre dominó su mancha, dicen que a poco ya ni recordaba tenerla, la mancha, vencida, dominada.

-Entiendo, dijo Yamil, sin estar muy seguro de si realmente decía la verdad.

Tal vez lo delató la expresión de su rostro, el anciano, que tallaba cuidadosamente una figura de ajedrez en un trocito de madera, dejó de nuevo su trabajo y miró a Yamil.

-Algunos necesitan palabras rimbombantes, pero en la sencillez hay suficiente complejidad para cualquier hombre, mira este sencillo trozo de madera, un corte equivocado y deberé desecharlo, pero sería culpa, ya que aunque sea la madera de un árbol humilde, es buena, y yo debo darle forma de torre para completar de a poco un juego de ajedrez que me ha encargado un comerciante de esta ciudad, así me gano la vida, cuando lo concluya, podré comenzar otro trabajo y vivir mientras lo realizo de lo que este me beneficie. Si Allah quiere, de esta manera Yamil, puedo charlar contigo junto a este pozo, porque Allah no hace llover panes del cielo, para ventura desdichada de los holgazanes.

Si esperabas algo más rimbombante, pero cierto, te diré que una vez mi maestro, que vivió y murió aquí en esta ciudad hace mucho y fue juez, me dijo:

-Conocí el bien y el mal, el pecado y la virtud, la justicia y la infamia; juzgué y fui juzgado, pasé por el nacimiento y la muerte, por la alegría y el dolor, el cielo y el infierno; y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi.

Comencé a alejarme de las palabras y acercarme a la madera, que como ves y te he dicho su trabajo es mi oficio, porque mi maestro me decía estas cosas y yo tardaba en comprenderlas, así que hace mucho, cuando aún mi barba no era blanca, me senté en este sitio, mi maestro me dijo “mira aquel árbol”, y señaló un cerezo, y pensé que tal vez mi ojo y mis conceptos prejuiciosos me llevaban a embrollar muchas veces las cosas sencillas, y repetí lo último que había dicho mi maestro y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi.

Y me dije ¿acaso no soy yo uno con el cerezo? ¿acaso no es en definitiva todo lo que he visto y palpado hasta hoy sino diferentes aspectos de una realidad única? Ya no volví a ver a mi maestro, luego de ese día su trabajo lo retenía ocupado en minucias legales, supe un año después que había muerto de camino a Merv, donde iba a entregar ciertos documentos a un secretario del sultán. Lo enterraron junto al camino, he visto su tumba una vez cuando me encomendaron llevar unos paquetes a Merv.

Pero no quiero aburrirte con la historia de mi vida hijo, dime ¿qué te ha trajo a esta ciudad?

-En realidad tan solo el camino, dijo Yamil. -El camino que seguía pasa por aquí Pero algo me sugiere que tu me enseñarás algo que no se y deseo saber.

-Y ¿qué es lo que deseas saber?, inquirió el viejo.

-No estoy muy seguro, dijo Yamil. -Pero lo que me has dicho hasta ahora es parte de la respuesta que busco, de eso si estoy seguro, se que tu me enseñarás algo que no se, y no perder la oportunidad de oírte, hablame de lo que la gente llama “el modelado de la personalidad.

Yamil pensó “¡qué torpeza! ¿por qué he dicho 'la gente', en general la gente no se ocupa de nada de esto”.

El viejo lo miró como con desconfianza, o tal vez con benevolencia, Yamil no supo interpretar la expresión. Dijo el anciano: El arte de la personalidad es la primera y última lección del camino del despertar interior, y el secreto de este arte se puede identificar en todas las enseñanzas religiosas. Los métodos adoptados pueden ser diferentes en los detalles, pero el objetivo en cada caso es el mismo. La tragedia entera en la vida es perder de vista el ser natural de uno mismo, que es cubierto por el falso yo. Es por lo tanto, que todos los métodos para entrenar el ego son útiles para ayudar a distinguir entre el ser natural y el no natural. Afinar el corazón es la fuente secreta de toda felicidad porque nos hace generosos en nuestros compromisos hacia nuestros congéneres, de la misma manera que corre el velo que separa la ilusión del yo de la Divina Presencia en toda la creación, pero todo esto puede complicarte hijo en este momento, es mejor tener cada de lo necesario que adquirir de una vez 100 kilos de pan que se pondría mohoso antes de que lo necesites.

-¿Qué has de enseñarme entonces?, dijo Yamil.

-Mira hijo, dijo el anciano, cuando yo era joven, las personas de esta aldea hacían lo mismo que hacen hoy: dormir, trabajar, comer, jugar y dormir. Pero yo, por extraños motivos que nos llevarían a otras historias, decidí marcharme de este pueblo. Reuní a todos los habitantes del pueblo y les manifesté mi intención de salir más allá de las montañas para conocer lo que se "cocina" en otros lugares.

-¿Para qué? me preguntó uno de mis amigos.

-Porque quiero saber, dije.

-Me encaminé a oriente, porque desde antiguo, al pueblo habían llegado noticias, que allá era donde existía más saber.

-Tardé más de tres años en regresar aquí cuando llegué hubo gran alegría en el poblado, todos me rodeaban, me preguntaban, yo les dije: ¿pero yo ven? Estoy cansado del viaje y pedí que le dejasen descansar. Al día siguiente, a la puerta de mi casa, todo el mundo estaba reunido esperando que apareciera.

-Cuando abrí mi puerta, todos prorrumpieron en aplausos y aclamaron, me pedían que compartiera con ellos mi conocimiento.

-Debí decirles: -Bueno, verán, lo único que he aprendido no puedo compartirlo con vosotros. !Oh! Que desilusión entre los seres del poblado.

-¿Y por qué?, se atrevió a preguntar un niño.

-Porque lo que he aprendido es a distinguir el sabor de las cosas.

-Un murmullo de perplejidad se adueñó del pueblo.

-Veréis, amigos. Cuando llegué a las tierras de oriente, me sentí perdido. Había mucha gente, ciudades enormes, y en ese estado me encontraba cuando vi en un cartel que se daban cursos de cocina rápida. Como el hambre me acuciaba pensé que no vendría nada mal llenar el estómago con algo y de paso aprender a cocinar comidas diferentes. Entré pero, ¿sabéis?, las clases no eran para aprender a cocinar, no. Eran para aprender a saborear la comida.

-¡Oh!, murmuraron los del pueblo. -Y eso ¿cómo se aprende?

-¡Ah! amigos míos, es bastante complicado de explicar con palabras. -Recuerdo que los profesores se limitaban a dibujar esquemas y diagramas en la pizarra, y nos decían: "Tenéis que sentir el sabor de esta posición del esquema". Otro indicaba: "No hay que dar vueltas buscando el mejor sabor. Sabor solo hay uno, y es aquel que no tiene sabor, porque en él están todos los sabores".

-Y nos ponía el ejemplo de la luz blanca que se descompone en diferentes colores cuando pasa por un prisma. "El lugar -decía el jefe de cocina- donde hay y no hay luz blanca es el sabor sin sabor".

-El pueblo entero estaba maravillado de esta explicación.

-Por favor, dibújanos esos esquemas. Nosotros queremos experimentar ese sabor sin sabor.

-Amigos míos, esto es lo que me enseñaron en aquella ciudad, pero de regreso al pueblo me he dado cuenta, a través de procesos que si os lo contara a alguno de vosotros se volvería muy confundido, digo que me he dado cuenta que todo eso no sirve para nada.

-¿¡Qué!?, preguntó asombrado el pueblo.

-Os lo explicaré, la clave está en dos palabras: "sentir" y sabor". Vosotros queréis saber a que sabe el sabor sin sabor. ¿Es cierto?

-Sí, dijeron.

-Y yo os digo que lo importante es sentir ese sabor.

-¡Ah!, las gentes del poblado se miraron unos a otros.

-Un niño, el mismo de antes, que ahora ya es un hombre, dijo:

-Sidi... Podrías decirme entonces ¿por qué esos señores que hablaban mediante gráficos del sabor sin sabor dan esas clases? ¿Por qué utilizan esquemas si no son importantes? ¿Por qué malgastan su tiempo y su energía en dar un arte objetivo a la subjetividad de la gente? ¿Por qué..?
-¡Calla!, recuerdo que le grité, tú no puedes saberlo porque no has estado dónde yo he estado, ni has visto lo que yo he visto. Esas personas que dibujaban el sabor, sabían lo que estaban haciendo, lo transmitían de una manera especial, de tal forma que se introducía poco a poco en el organismo y ha sido ahora, al llegar al pueblo, cuando me he dado cuenta de que es lo realmente importante.
-¡Dínoslo, dínoslo!, gritó todo el pueblo.

-Hay que sentir el sabor, ya os lo he dicho.

-¿Y cómo sabemos que es lo que sentimos si no tenemos un espejo en el cual mirarnos?, preguntó el mismo niño de antes.

Me enterneció entonces la candidez del niño, y le dije: -Niño, ¡eres un pesado insolente!, y me interné en mi casa a darme un baño para la oración.

Ahora ya soy un viejo, y si quisiera no podría viajar, recuerdo que cuando partí aquella vez, hace tantos años fantaseaba con que tal vez hasta conocería al rey de los mogoles, o que me casaría con una bella princesa afghana y me convertiría en un gran guerrero, pero lo cierto es que si nunca hubiese salido de esta aldea, tal vez otro me hubiese referido estas historias y habría comprendido mejor qué buscar y dónde.

Hoy encuentro un gran placer en visitar a mis hijos, que ya son hombres y jugar con mis nietos, mi esposa está sepultada no lejos de aquí a veces visito su tumba, pero esa es otra historia. Ya atardecía y los hombres se dispusieron a rezar la oración de magrib. Entonces Yamil inquirió: -Tu puedes caminar con tu báculo fácilmente hasta la mezquita, escucha cerca al almuédano.

-Podría, dijo el viejo. -Pero prefiero ir el viernes, ya que retrasaría mucho mi trabajo yendo y viniendo, y Alla ha sido tan Clemente que ha hecho de toda la tierra una mezquita.

Tiempo después llegó la hora de Isha, Yamil entreabrió la boca para disuadir al viejo de ir a la mezquita, el viejo lo miró y con una dulce sonrisa dijo:

-Podría, pero prefiero ir el viernes, ya que retrasaría mucho mi trabajo yendo y viniendo, y Allah ha sido tan Clemente que ha hecho de toda la tierra una mezquita.

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