Cuentos populares del Sáhara
Yoja y el hombre de la ciudad*
Un día regresaba Yoja a su campamento con su asno cargado de leña cuando vio a lo lejos un ruidoso artefacto con un hombre encima que venía hacia él.
Asustado pero curioso, esperó.
Entre nubes de arena llegó a su lado finalmente; entonces el hombre, tras saludarle, le dijo que venía de la ciudad y le explicó qué era aquella máquina.
Yoja, del campo, receló un tanto como lo hacían siempre sus familiares y amigos.
El hombre observando el asno, quedó asombrado de la gran carga que soportaba y pensó que sería bueno que su moto también pudiera con ella; con esa idea, pero sin saber de la lentitud del asno, propuso a Yoja el cambio de uno por otra.
Yoja, que había quedado sorprendido por la velocidad de aquella especie de asno metálico, aceptó de inmediato, pensando que sus cargas diarias de leña podrían llegar a su casa con rapidez y menor fatiga.
Efectuado el trueque y tras la marcha del hombre, Yoja, siendo incapaz de poner en marcha la moto a pesar de las instrucciones de aquél, pensó que si el artefacto no se movía era porque no estaba bien alimentado, y, ante ello, llenó el depósito de carburante con hierba y paja…, palos le dio también…, pero ¡nada!… así es que lo abandonaría por muerto llorando su mala suerte.
Por su parte, al otro lado de la duna que los separaba, el hombre de la ciudad, que ya había constatado la lentitud y la gran cantidad de paradas que el asno hacía, creyó igualmente que le faltaba “carburante”, de modo que le forzó a beber una buena ración de gasolina; por supuesto el asno murió.
La ingenuidad de los dos a pesar de su diferencia de origen, quedó bien manifiesta.
Un día regresaba Yoja a su campamento con su asno cargado de leña cuando vio a lo lejos un ruidoso artefacto con un hombre encima que venía hacia él.
Asustado pero curioso, esperó.
Entre nubes de arena llegó a su lado finalmente; entonces el hombre, tras saludarle, le dijo que venía de la ciudad y le explicó qué era aquella máquina.
Yoja, del campo, receló un tanto como lo hacían siempre sus familiares y amigos.
El hombre observando el asno, quedó asombrado de la gran carga que soportaba y pensó que sería bueno que su moto también pudiera con ella; con esa idea, pero sin saber de la lentitud del asno, propuso a Yoja el cambio de uno por otra.
Yoja, que había quedado sorprendido por la velocidad de aquella especie de asno metálico, aceptó de inmediato, pensando que sus cargas diarias de leña podrían llegar a su casa con rapidez y menor fatiga.
Efectuado el trueque y tras la marcha del hombre, Yoja, siendo incapaz de poner en marcha la moto a pesar de las instrucciones de aquél, pensó que si el artefacto no se movía era porque no estaba bien alimentado, y, ante ello, llenó el depósito de carburante con hierba y paja…, palos le dio también…, pero ¡nada!… así es que lo abandonaría por muerto llorando su mala suerte.
Por su parte, al otro lado de la duna que los separaba, el hombre de la ciudad, que ya había constatado la lentitud y la gran cantidad de paradas que el asno hacía, creyó igualmente que le faltaba “carburante”, de modo que le forzó a beber una buena ración de gasolina; por supuesto el asno murió.
La ingenuidad de los dos a pesar de su diferencia de origen, quedó bien manifiesta.
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