Ni el vuelo de una mosca
El conferenciante leía su disertación. Un público atento seguía sus palabras; no se escuchaba el vuelo de una mosca.
En eso una mosca entró volando en el recinto. El conferencista oyó su vuelo y detuvo la lectura. La gente, molesta, empezó a perseguir a la mosca por el salón. En un acto así no se debía oír ni el ruido de una mosca. Con periódicos los señores, las señoras con abanicos y pañuelos, todos corrían tras la mosca para darle caza. Se formó tal barahúnda que ya no fue posible oír ni siquiera el vuelo de una mosca.
Al fin la mosca salió por una ventana abierta, y ya no se oyó ni el vuelo de una mosca. Pero no pudo seguir el orador: había perdido la concentración. Todos atribuyeron eso al vuelo de la mosca, pero la
verdad es que su desconcierto lo originó la barahúnda. En el salón ya no se oyó ni el vuelo de una mosca, pero tampoco la voz del conferencista se pudo escuchar ya.
De sencilla historia saco una conclusión: no debemos interrumpir nuestro trabajo ni aunque se escuche el vuelo de una mosca.
ARMANDO FUENTES AGUIRRE
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