Cultura Amazigh e identidad étnica en Canarias
Mención aparte merecen los aborígenes de las Islas Canarias como genuina cultura amazigh. Para entender este caso especial, hay que partir de la tesis, ampliamente aceptada, de que todo etnos o grupo étnico es la suma de los aportes genéticos y culturales de anteriores etnias, lo cual significa que las sociedades están en continua recomposición, sumergidas en un proceso continuo de etnogénesis. A veces lenta e imperceptiblemente, otras veces de forma rápida y por eso también algo imperceptiblemente. Para el norte de África hay que decir, en lo tocante a los amazigh, que existe esa etnogénesis y persiste un poderoso sustrato cultural milenario (Camps, 1980; Servier, 1985; Cervelló, 1995). Pero, eso sí, hay que entender este sustrato cultural desde un punto de vista estructural o ahistórico y bajo ningún concepto, esto es, jamás, en sentido histórico.
Desde esta tesitura, a los aborígenes canarios y/o guanches hay que adscribirlos al ámbito de las culturas "amazigh" (berebere) norteafricanas. Y, en virtud de su ubicación geográfica, hay que considerarlos como "bereberes insulares" (G. Alonso, 1993); o más correctamente "amazigh insulares". Sus formas socioculturales, desde una perspectiva morfológica, eran de naturaleza neolítica a la llegada de mallorquines, genoveses, portugueses y castellanos, explicándose estas arcaicas formas socioculturales únicamente por un proceso de involución desencadenado tras desembarcar en las islas y quedar aislados. Sin embargo, hay que decir que desde el punto de vista de su "cultura inercial" (por utilizar la distinción de Alberto Cardín, 1988: 231 y ss.), las culturas aborígenes canarias son innegablemente amazigh, aunque, desde el punto de vista de la "cultura positiva" (Cardín, ibidem), son un caso singular y un extraordinario producto de la precitada involución y readaptación (G. Alonso, 1996).
Dicho con otras palabras, la cultura inercial de los aborígenes de las Islas Canarias sólo se explica por una etnogénesis continental-africana, indisociable de la cultura de ciertos grupos étnicos amazigh que existían hace aproximadamente 2.000 años; posteriormente, su cultura positiva, de corte neolítica, se explica por el aislamiento insular y una adaptación al medioambiente insular en condiciones de incomunicación con el continente africano y, por tanto, del resto de los grupos étnicos amazigh. Lo cual las hace un ejemplo histórico de cultura amazigh o (norte)africana extraordinaria, marginal y cuasi inclasificable (G. Alonso, 1996).
Además, aceptando una serie de elementos comunes que se dan entre las diferentes islas, existieron significativas especificidades socioculturales que pueden ilustrarse por los diferentes dialectos e idiolectos aborígenes, cuya especificidad fue recogida por los primeros cronistas, o por elementos de la cultura material, como la mayor o menor presencia de epigrafía y grabados rupestres, patrones decorativos de las cerámicas compartidos entre islas, "edificaciones" ajenas a las cuevas, "momificaciones" funerarias, industria lítica u otras evidencias arqueológicas.
Las dificultades de explicación para esta problemática vienen dadas por el desconocimiento de las circunstancias de la arribada de los primeros pobladores. Hoy por hoy no sabemos ni cómo, ni cuándo, ni por qué aquellos amazigh desembarcaron en las islas Canarias. Las evidencias y conclusiones arqueológicas del tipo de la cerámica, la epigrafía en tifinagh, o del tipo antropológico-físicas como tipologías craneales o el grupo sanguíneo, o del tipo lingüístico-toponímicas son irrebatibles: estamos ante una cultura amazigh (bereberes) (González Antón y Tejera Gaspar, 1987 y 1990; Rafael Muñoz, 1994). Algo que, por lo demás, ya adelantaron argumentadamente en el siglo pasado los franceses Sabine Berthelot (1980) y René Vernau (1891).
Sin embargo, lo paradójico del problema reside en una cuestión difícil de resolver: si las dataciones con C-14 disponibles hoy por hoy no van más allá del siglo I antes de Cristo (BP), las tipologías de ciertos patrones cerámicos tienen una antigüedad, en el norte de Africa y en especial el Magreb, en torno al II milenio antes de Cristo (bp), como mínimo. Y también estaría la cuestión, señalada por la antropología física, que constata dos tipos humanos en las Canarias prehispánicas: cromañoide (Mechta) y mediterranoide; Gabriel Camp (1994) también constata estos dos tipos humanos para el actual Magreb.
Así pues, tanto a los aborígenes canarios como a los distintos grupos étnicos amazigh del norte de África y Sahara hay que entenderlos, desde el punto de vista cultural, como un producto de "frontera" que comparten, en determinados elementos, un idéntico sustrato cultural. Y su antigüedad histórica y su complejidad étnica no pueden ser entendidas sin tener en cuenta, obligatoriamente, la confluencia e interrelación conocida por los contactos interétnicos habidos entre grupos del mundo mediterráneo (Península Ibérica, Próximo Oriente, Sicilia, Malta, etc.) con otros grupos del mundo del Africa subsahariana, más que el meramente sahariano; unos grupos, estos, que el lector puede conocer en F. Iniesta (1989 y 1992). En concreto, las tradicionales culturas africanas que se desarrollaron durante milenios en el espacio geográfico "sudanés" , cuyo eje iría desde el lago Chad hasta las tierras bañadas por las aguas más septentrionales de los ríos Senegal y Níger. Una doble y disímil influencia ésta, norte-sur, que es la que ha estado mediatizando, siempre de forma distinta según la época y las circunstancias, los distintos procesos de etnogénesis fraguados históricamente en torno al latente núcleo clásico de la cultura Amazigh. Sin olvidar que los rasgos y/o componentes fundamentales para describir este clasicismo cultural hay que irlos a buscar, obligatoriamente, tan pronto a las Islas Canarias como a Timbuctú o Gao, o al Hoggar, el Tassili, el Air, la Kabilia, el Rif, Bilma, Egipto o tantos otros lugares de África.
Por eso, la actual lucha canaria tiene sus referentes más cercanos en Senegal o entre los bachama de Nigeria, algunas cerámicas de Gran Canaria recuerdan las de la Kabilia argelina, el dios achamón de los guanches se vincula al amón egipcio, el tifinagh de la isla del Hierro tiene su parangón vivo y moderno en el Hoggar y otros lugares del Sahara, la cueva pintada de Galdar en Gran Canaria tiene parecidos motivos decorativos que algunos fondos ante los que habla el líder libio Gadaffi (triangulares en rojo y negro), Bilma es un topónimo del Níger y de Tenerife, o, para acabar, la isla de la Gomera, el peñón español frente a la costa marroquí de nombre Vélez de la Gomera y la tribu rifeña de los Gomara (de las estribaciones del Rif) están extrañamente hermanados. En todos los casos mencionados, obviamente, se está aludiendo a elementos culturales de filiación amazigh suficientemente contrastados.
Y esta introducción no podría acabar sin antes recordar que España, como realidad sociocultural, también ha sido construida por los amazigh. No sólo la España musulmana ha sido amazigh, ya desde el año 711, pues Tarik debe ser uno de los amazigh más famosos de nuestra historia, así como en lo colectivo lo fueron los almohades o los almorávides. Algo más lejos, los aborígenes de las islas Canarias también lo fueron; como amazigh son también muchas palabras del castellano, como jinete o guanche, o muchos de los marroquíes que trabajan en la actualidad legalmente en España, o muchos de los que cruzan el estrecho de Gibraltar en patera. Y, evidentemente, muchos de los españoles que residen en Melilla son amazigh, lo cual nos remite a una realidad, no por minoritaria menos importante: el tarifit del Rif, una de las lenguas amazigh más hablada, tiene derecho a ser co-oficial en Melilla, con el mismo estatus que puedan tener el catalán, el gallego o el euzkera. Acaso por cosas como las precitadas, don Miguel de Unamuno dijo que España era un país bereber.
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