La hija del molinero

Cuando Aisha nació, murió su madre y su padre, un molinero, no podía cuidarla bien, por lo que temió que pronto muriera.
Sin embargo, Aisha crecía sana y fuerte, bien alimentada y aseada, y además sabía mas que cualquier otra niña de su edad. El pobre molinero no sabía cual era la causa de tal maravilla y tampoco podia dedicar tiempo a averiguarlo.
En realidad, los que cuidaban a Aisha eran unos espíritus llamados yinn.
El reino estaba gobernado por un sultán bastante caprichoso que un dia decidió probar la inteligencia de sus súdbitos y los fue llamando uno por uno para plantearles un acertijo. Al que no sabía resolverlo, le cortaba la cabeza.
Llegó el turno del molinero, que acudió asustado al palacio viendo ya rodar su cabeza por el suelo de marmol del fastuoso palacio.
- ¿Asi que eres molinero?. Pues bien, dime que dice la rueda de ese molino que gira al fondo del jardín.
El molinero regreso a casa abatido, pues el acertijo que le había puesto el sultán era imposible e resolver. Pero cuando se lo contó a su hija, que ya era una mujer, esta le dijo.
- No te preocupes: tu haz como que escuchas a la rueda y despues dile al sultan estos versos.

Yo fui un arbol de membrillo
con flores de dulce fragancia
pero un dia ofendi al sultan
y fui víctima de su venganza.
El molinero hizo lo que le habia dicho su hija y el sultán asintió sonriendo. Efectivamente, la rueda habia sido un arbol de membrillo hasta que un dia él se golpeó con una de sus ramas y, enrabietado, lo hizo cortar.
- Has tenido suerte, molinero, asi que voy a ponerte otro acertijo para probarte. Quiero que mañana me traigas un jardín en el lomo de un camello.
- Eso es facil -le dijo su hija cuando el le contó el problema.
Y le preparó una caja con flores que el molinero llevó al sultan al dia siguiente en el lomo de un camello.
- Era demasiado facil -gruñó el sultan- A ver esta: preséntate mañana cabalgando y andando, riendo y llorando, todo al mismo tiempo.
Al dia siguiente, toda la corte asistió estupefacta a la llegada del molinero. Venía cabalgando en un burro tan pequeño que sus pies llegaban al suelo. No podia dejar de reir por lo ridiculo de su aspecto pero al mismo tiempo lloraba porque iba cortando cebollas. El sultán quedó tan complacido que le dio mil monedas de oro, pero el molinero no creia merecerlas.
- Todo es mérito de mi hija-confesó.
- Pues bien. Traeme a tu hija, que quiero conocerla.
Al dia siguiente, la hija del molinero, que había logrado resolver los acertijos con ayuda de los yinn, se presento junto a su padre y con sus mejores galas. El sultán se prendó de ella y pidió su mano.
Y con el tiempo y con ayuda de su nueva esposa llegó a ser el gobernador justo que su pueblo siempre habia deseado.
Encontrado en “Reyes,. Dioses y Espíritus de la mitología africana”, de Jan Knappert.

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