El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

"No te rías de un ciego, no te mofes de un enano.
No dañes a un idiota y no te burles de un hombre
que está en la mano de Dios y no te irrites con él
cuando caiga." (Amenemope)
 
 
En un mundo tan exigente y tremendamente cruel como el nuestro, en una sociedad en la que sólo cabe y tiene un papel de protagonista de primera estrella, el más inteligente, el más competitivo, el más bello y mejor construido físicamente. En definitiva, la esencia de los valores de la juventud eterna, siempre bella, ¿qué papel le resta al lisiado, al contrahecho, al que la naturaleza le ha marcado con el estigma de ir a contracorriente de los designios caprichosos del canon de la perfección?. Cuantas veces dirigimos la mirada furtiva y compasiva procurando esconder un rictus de alivio por haber escapado desde la cuna del arbitrio de una genética inflexible, de la lotería negativa, que hubiera marcado nuestro designio al igual que ese hombrecillo deforme que vemos cruzar la calle como si escondiera su vergonzosa deformidad, cuando tal vez nuestro deseo es que con su huida pretendemos olvidar cuanto antes su imagen que pudo ser la nuestra. Hasta qué punto la humanidad es capaz de vencer estas referencias sin ver la incapacidad del semejante como algo extraño, como un "alter ego" diferente hasta jocoso o infravalorado. Hasta qué punto somos capaces de ayudar a los incapacitados físicos o mentales, de infundirles coraje, ánimo y sin la mano cínica y blanda en actitud condescendiente y paternalista; de imbricarlos sin vehemencia pero decididamente en una sociedad donde nuestros deseos y voluntades se asemejen a los de todos, al de la totalidad de la familia humana.
Cuando recordamos la trama de cuentos infantiles normalmente cargados de fábulas sentimentales que tocan el corazón del niño o del adulto que vuelve a serlo durante ciertos instantes hasta que la coraza fría de metal retorna a recubrirlo. Cuando vemos o leemos esas fábulas cuyos agraciados protagonistas se mofan del incapacitado y del horrendo, y surgen en nosotros espontáneos sentimientos de condena por la actitud de aquellos, sentimientos que se cubren con la capa de frialdad que nos envuelve diariamente y que hipócritamente, temporalmente también, retiramos en los días de Navidad, ¿no estamos reproduciendo automáticamente? : "qué bien hemos salido librados de no parecernos al transeúnte "aquél" al que probablemente no volveremos a ver en la vida".
Es cierto que hemos avanzado enormemente y que la visión y consideración por el discapacitado ya no es el resultado de la vergüenza, del pecado bíblico, nefando, inconfesable, en la creencia de ser cometido por unos progenitores llenos de ignorancia y prejuicios; ya no es necesario(tan poco lo era antes) someterlo a la cadena perpetua en la oscuridad de un desván o en la reclusión de un recóndito cuarto alejado de cualquier estímulo externo. O para realiza labores impropias del "normal" casi siempre otorgadas bajo la mirada del que se sabe superior y nunca con el convencimiento de hacerlo ser necesario, sin marginalidad. La Historia y la historia tienen mucho que decir al respecto.
El límite entre la enfermedad y la salud es tan indefinible en el espacio como lo es en la cronología. Nunca sabremos precisar en que momento pasamos de un estado al siguiente y viceversa, porque las aduanas nunca tuvieron importancia en estas circunstancias. El viaje a un lado y a otro de la frontera se traspasa sin que el sujeto adquiera la sensación del tránsito. Igualmente ocurre en el segundo aspecto citado; el momento temporal es más impredecible aún si cabe; un buen día despertamos con un cólico nefrítico cuando el día anterior habíamos gozado de una salud envidiable, pero de hecho el cálculo ya se había afincado en el interior de nuestras vías urinarias desde meses o años atrás sin haberlo presentido. Igualmente, la incapacidad puede surgir con nosotros en el amanecer de nuestro primer día de vida, o incluso antes, o de súbito amarrarse en nuestro cuerpo o en nuestra mente cuando el boleto de la lotería negativa nos toca sin comprender la absurda razón de tamaña crueldad. Y después de ser hermosos ciudadanos admirados y "normales" pasamos a la consideración sin billete de vuelta a ser objetos de las miradas curiosas y conmiserativas de aquellos, que cómo nosotros antes, vimos cruzar por la calle y entonces recordaremos cuándo decíamos: "qué bien hemos salido librados de..."
Creemos que la humanidad ha ido evolucionando ganado en sentimientos de amor hacia el diferente pero hace apenas seis decenios se promulgaron leyes genocidas eufemísticamente llamadas eutanásicas que buscaban el exterminio; la "buena muerte" de aquél que era una imitación burda, imperfecta, de la corporeidad y de la inteligencia humana. Recordemos simplemente los crímenes de una ideología aberrante en el pasado reciente y sus antecedentes cronológicos en países tenidos por democráticos y socialmente avanzados contra los ciudadanos no rentables. Extraña crueldad, extraña paradoja: la inteligencia encargada de enjuiciar lo que pretendidamente es útil de conservar o de desechar.
¿Dónde estaba, dónde está el límite, la frontera, entre lo normal y lo anormal, dónde entre la enfermedad y la salud, entre lo reversible y la muerte? ¿De qué manera hubiera cambiado la historia de los Estados Unidos, si a Franklin D. Roosevelt se le hubieran aplicado unas leyes tan extremas por el hecho de haber adquirido una poliomielitis, enfermedad bien discapacitante cómo la que más? O del propio A Lincoln de quién se dijo que pudo tener el Síndrome de Marfan. O de Stephen Hawking, físico, celebérrimo por su libro(Breve Historia del Tiempo) como por verse atado irremisiblemente a su sofisticada silla.
Dando un salto más que acrobático hacia el pasado merecería el dios Ptah ser arrojado del panteón de los dioses del Antiguo Egipto al adquirir la condición de enano y lisiado. Y qué podemos decir del mismísimo Ajenatón. ¿Acaso fue objeto de la execración de sus compatriotas por la extraña ambigüedad sexual de su físico representado por doquier, o por su predicado marfanismo?.
Con todos estos antecedentes es bien cierto que no estamos ética ni moralmente capacitados para dar lecciones de moralidad a las gentes del pasado. No obstante, convendría citar ¿si los españoles de ahora somos tan diferentes en el trato a los enanos que el dispensado por nuestros abuelos en la España del siglo XVII?. Nuestros gustos por lo que nos suscita empatía o repulsa cambia con el devenir de los tiempos, y lo que nos parece de buen gusto en una época determinada se troca en algo soez e impertinente cuando no inconveniente. Con la salvedad lógica a que nos obliga la distancia histórica y demás diferencias, no nos debe asombrar que en aquellas épocas era de buen gusto tener una colección de enanos, tarados o no, y subnormales, en las residencias de las casas de alcurnia para entretenimiento y solaz del señor. Al fin y a la postre una curiosidad exótica y divertida. Pero no sólo sucedía en España.
El gran pintor español, Velázquez, por encargo de la Casa Real, retrató, y no olvidemos que entonces la pintura ejercía una función de reflejar fielmente el testimonio de la sociedad, de una época, de rarezas en realidad; función nada extraña a la moderna fotografía. Todo quedaría en una curiosa apreciación artística de la anormalidad sino fuera porque el artista expresa también la mirada dolorosa del ser que quizás se supiera distinto y destino cruel de la chanza y de la ironía. Un realismo de compasión.
El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación
La sonrisa alelada del bufón oel enano falsamente erudito con sus libros que nunca podrá comprender o el militar sin gloria y sin batallas cuya indumentaria de general jamás saldrá de las amplias estancias palaciegas, es una "Galería palaciega de los monstruos" que hoy no nos hace ninguna gracia. O los retratos de Felipe IV y su enano de inteligencia tal vez normal a quien el monarca acaricia y manosea. Tal vez un alcahuete y correveidile en el ambiente de una Corte mezquina, decadente e intrigante y corrupta. A estas pequeñas gentes se les otorgaba la concesión de divertir y bromear pero también como trueque de una relación tan próxima como sus dueños les concedían. Como confidentes, se les permitían licencias extraordinarias de trato en un sentido de igualdad jamás toleradas al ciudadano normal. Porque el enano era como un reflejo deformado del patrón que los alimentaba. Tanto fue así que la reina Isabel I de Inglaterra tenía uno llamado "Monarca".
Y es que los enanos eran unos individuos muy preciados desde épocas muy antiguas y que siempre han suscitado la curiosidad de todas las culturas y épocas. En la Roma y en la Grecia Antigua gozaron de gran popularidad y fascinación y fueron fuente de inspiración de innúmeras leyendas que debieron tener su origen en cunas más míticas aún y que se trasladaron por el tiempo al medievo y al renacimiento, que les entroncaba de lleno con las manifestaciones y ceremonias de las divinidades. En los salones aristocráticos de las damas romanas corrían desnudos y fueron muy apreciados en las fiestas y comidas. En la época del emperador Domiciano se les vestía con ropas de gladiadores enzarzándose en duelos.
Son muy cuantiosas en el mundo clásico las representaciones artísticas de vasos griegos de la época clásica o arcaica: Corintio, la Tebas griega, y el sur de Italia; y terracotas inspiradas en los dioses enanos egipcios, que denotan el hecho de que ser enano se interpretaba como una realidad consentida y no carente de cualidades humanas. En la literatura clásica, sin embargo, y con ella hacemos alusión al mismo Aristóteles en -Partes de animales- define aunque con cierta inexactitud y simpleza al enano como una persona semejante a un niño que tiene un cuerpo desmesuradamente grande y las piernas cortas "donde el cuerpo se sustenta y donde la locomoción se efectúa". Y añade que la minusvalía intelectual supone un añadido más a la dificultad física: "El peso de su cuerpo incapacita el funcionamiento de la memoria(...)"; aunque, acto seguido, añade como si se arrepintiera de su dura descripción: "que estas deficiencias intelectuales se contrarrestan por otras cualidades". Sin embargo no describe los rasgos faciales más característicos y diferenciales que entre otras cosas los distinguen de otros individuos de corta estatura.
Todo hubiera quedado en una curiosidad más o menos afortunada sino fuera lo que a continuación el mismo autor describe en su otro tratado Historia de los animales. Debemos hacernos eco de esta descripción: "como las mulas tienen los genitales grandes". Únicamente en su otra obra Problemata, se ciñe a consideraciones más en consonancia con una visión más moderna y realista. Define que hay dos tipos de personas de corta estatura: "aquellas que tienen las piernas de un niño" y las que: "todo es pequeño". Importante clasificación que nos permite dividir a los enanos en dos tipos: proporcionados y desproporcionados. Aunque no sea muy académica esta separación, desde luego es de utilidad a la hora de enmarcar a los primeros como no acondroplásicos del resto que si lo son con las aceptadas variantes incluidas en el grupo.
La demanda de personas de corta estatura en la época griega debió ser tan acuciante y tan infrecuente su número que no se daba abasto para suplir a las casas poderosas que se podían permitir el lujo de adquirirlos como distintivo elitista, pues cómo tal eran considerados. De modo y manera que, algunos padres viendo en ello una fuente de ingresos no desdeñables. Recurrían al cruel recurso de fabricarlos colocando a un hijo varón en el interior de cajas llamadas gloottokoma en un intento de estorbar el crecimiento del muchacho, que de conseguirlo, sería destinado al raro privilegio de servir en un domicilio aristocrático. Supongo que de las consideraciones vertidas hasta aquí estamos en disposición de advertir que no estamos capacitados para ejercer un juicio moral sobre la interpretación y el trato que nuestros antecesores culturales dieron a este grupo de personas.
Es pues la acondroplasia un fenómeno reconocido desde hace muchos siglos como hemos citado antes. En nuestra época algunos tratados y autores se han interesado por su estudio introduciéndose en el atractivo mundo del arte y de la literatura. En el tratado "Congenital Malformations"(1971), Warkany cita la presencia de enanos de proporciones y rasgos acondroplásicos en la estatuaria egipcia. En 1986 Kunze y Nippert en su libro "Genetics and Malformations in Art" hacen otro tanto incluyendo estatuas del dios Bes, al fabulista griego Esopo tenido por la tradición antigua y pictórica como un ser con deformidades; observemos sino el cuadro al óleo(1206) del magistral Velázquez en el Museo del Prado de Madrid.
El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación
Antes de entrar de lleno sobre la visión que la cultura egipcia tenía del enano en general y en concreto a una de sus variedades la acondroplásica, deberemos introducir al lector en una serie de conceptos que le servirán para sentirse cómodo, huyendo eso sí, en lo que me sea posible, de nomenclaturas incomprensibles y al mismo tiempo adquiriendo otras necesarias para acercarnos a la entidad.
Es la acondroplasia un trastorno hereditario de enanismo casi siempre reconocido en el momento del nacimiento cuando no en época fetal. Es el más frecuente de los enanismos(1/15.000-1/40.000 nacidos vivos); casi siempre provocado por una mutación(de ahí su connotación esporádica) en el receptor 3 del Factor de crecimiento de los fibroblastos(FGR3). Se ha imputado a unos padres mayores y lo padecen igualmente hombres y mujeres. Se traduce por una alteración localizada en los cartílagos de crecimiento de los huesos más próximos al tronco(húmero y fémur) y de los huesos de la cara. Esto confiere unos rasgos difícilmente de olvidar y muy definitorios muy bien distinguibles del resto de los enanismos.
La apariencia de los miembros cortos, musculosos y arqueados articulados en un cuerpo normal que se nos antoja desmesurado; manos especiales; la cabeza característicamente destacada por unas eminencias frontales que avanzan sobre el resto de la fisonomía facial. La nariz descrita por su similitud con una "silla de montar" y una exagerada lordosis(curvatura) lumbar bien acusada que remata en unas nalgas macizas y un vientre prominente preludiando una tendencia a la obesidad cuando superan la infancia. La longitud de la columna es prácticamente normal. El rostro, además de la curiosa nariz que muestra, es sumamente peculiar, baste decir que es como si la frente y la cara pertenecieran a dos sujetos diferentes en mi modesta opinión. La cara está excesivamente disminuida y de perfil rebajado, y abajo la mandíbula parece un breve resumen de los huesos faciales. En definitiva, la brevedad de la estatura se manifiesta en una talla media de ciento treinta y un centímetros para el varón y ciento veintitrés para la mujer. Finalmente, los que sobreviven tienen un desarrollo mental y sexual absolutamente normal una circunstancia en desacuerdo con las afirmaciones del mundo clásico. La esperanza de vida es equivalente al resto de las personas.
Existen otras variantes(se han descrito más de cien tipos) del trastorno que han sido y siguen siendo elementos de discusión entre los estudiosos más por lo que corresponde a la identificación correcta de cada de una de ellas en el arte egipcio y clásico, que por su importancia clínica dada la escasa frecuencia en la estadística médica. Debemos ceñirnos, y así lo haremos, al terreno estrictamente de la acondroplasia y sus correspondencias en la esfera mundana y divina.
Al igual que en épocas posteriores los enanos debieron despertar una extraordinaria curiosidad. Sería interesante comprobar si la cuestión del ser enano promovió aspectos y actitudes similares de comprensión o rechazo, o aun más, el sabor agridulce del paternalismo o el objeto de la caricatura más abyecta. De lo que sí estamos seguros es que la curiosidad debió ser extraordinaria de lo que se trasluce de las numerosas fuentes que han arribado hasta nuestros días.
Del Antiguo Egipto no disponemos de testimonios literarios médicos que nos comenten sobre el enanismo como enfermedad y ya no digamos del aspecto concreto que fundamenta este trabajo. Poco se puede decir de la literatura nacida de la Historia o del relato si exceptuamos el archiconocido episodio de la expedición de Herjuf, príncipe de Elefantina, que dirigió una expedición al país del Yam durante el reinado del entonces faraón-niño de la VI dinastía Pepi II quien ilusionado por el extraordinario encuentro y captura de un enano, ávido por tenerlo ante su presencia, le escribe una misiva a su subordinado:
(...)Dices en esta tu carta que has traído todo tipo de productos grandes y buenos, que Hathor, señora de Imau, ha dado para el Ka de Neferkaré que vive para siempre. Has dicho que(también) en esta tu carta que has traído un pigmeo para las danzas del dios del país de los Habitantes del Horizonte, igual al pigmeo que el canciller del dios Baurdjed trajo (del país) del Punt en tiempos del (rey) Isesi...
Es evidente que no estamos hablando de un trastorno patológico sino más bien de un rasgo intrínsecamente étnico. El texto parece aclarar a la perfección esta situación pues se alude a un miembro de una región, a unos individuos, habitantes de una zona geográfica que aunque raramente se acercaban a merodear por los lindes de lacivilización egipcia, de vez en cuando, eran capturados o intercambiados como un presente exótico altamente apreciado por el egipcio y por los pueblos aledaños súbditos de los gobernantes egipcios como cualquier mercancía de lujo. La autora Véronique Dasen en su tesis sobre enanos y malformaciones en la Antigüedad publicada en 1988, matiza y distingue claramente el hecho étnico y diferencial, como elementos constitutivos de un grupo o pueblo de gentes pequeñas como el pueblo pigmeo que los egipcios reflejaban con la acepción "dng", del resto que refleja un trastorno morboso identificado por el término "nmu". No obstante, esta claridad terminológica se vuelve en principio penumbra cuando observamos la representación del acondroplásico en el plano artístico.
El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación
Las reglas de representación de la figura humana en el arte egipcio son hartamente conocidas por su rigidez convencional fiel mandato del carácter simbólico de la figura mostrada. Dentro de un formato idealizado, aquélla se muestra siempre joven, elegantemente vestida, esbelta y saludable y presta para la eternidad. Así era por lo menos cuando el representado era miembro de la realeza o del entorno del faraón.
Para el individuo que no pertenecía al alto rango, el campesino, el criado, el pescador, el artesano, quedaba la disminución armónica del tamaño y la forma, a veces la irregularidad del defecto físico indicaba la ausencia de una importancia sociopolítica o religiosa del personaje, además de su servilismo y su sempiterna y frecuente desnudez. Pero sin embargo, siempre desde el punto de vista artístico, ganaba en frescura de movimientos y de poder descriptivo en la función o actividad laboral que realizaba. No nos detendremos por muy conocida en la técnica de proporcionalidad del dibujo artístico egipcio basada en la regla de la cuadrícula.
Conviene aclarar que en personas de talla normal la distancia convenida por el canon entre la rodilla y la planta de los pies era de diez de ellas sobre un total de dieciocho que determina una longitud ligeramente superior a la anatómica. A lo que se le añade simultáneamente el detalle significativo de proveer a la figura normal de unos glúteos más reducidos tal como expresó en su día Robins(Natural and canonical proportions in Ancient Egyptians, 1983).

Amigos de la Egiptología

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