Historias de Timbutcú.

La mítica ciudad de las caravanas custodia magníficos libros, cartas misteriosas...y un mundo de intrigas.

Por Peter Gwin
Fotografías de Brent Stirton



En la antigua ciudad caravanera de Timbuctú, noches antes de que me entrevistara con el bibliófilo, con el morabito o con la novia del boina verde, me citaron en la azotea de una casa para conocer al tratante de sal. Me habían dicho que poseía información sobre un francés a quien unos terroristas retenían en algún lugar perdido en el desierto del norte de Mali. Los camiones del tratante cruzaban con regularidad aquel paisaje inhóspito para abastecer las minas próximas a la frontera argelina y regresar a Timbuctú con las pesadas lajas de sal. Era por tanto verosímil que supiese algo de los secuestros que prácticamente habían aniquilado el negocio turístico en la legendaria ciudad.

(El tratante de sal)

Llegue a una casa de un barrio árabe después de la llamada a la oración. Un muchacho me hizo cruzar el oscuro patio y subir la escalera de piedra que conducía a la azotea, donde el tratante de sal aguardaba sentado en un cojín. Era una figura rotunda, pero parecía minúscula al lado del gigante que había sentado a su lado, quien, al ponerse en pie para saludarme, revelo una estatura cercana a los dos metros. Llevaba la cabeza cubierta en un turbante de lino que solo dejaba ver los ojos, y su mano, enorme y cálida, hizo desaparecer la mía.
Sin prisa intercambiamos las cortesías que desde siglos preceden toda conversación en timbuctu,. La paz sea con vosotros. Y con vosotros. ¿La familia bien?¿el ganado cebado?¿la salud bien? Alabado sea Al-lah. Acabado el preludio, el tratante de sal guardo silencio. El gigante saco una hoja de pergamino y con una potente voz de barítono explico que se trataba de un fragmento de un Corán que siglos atrás había llegado a la ciudad en una caravana procedente de Medina. “los libros-dijo , enfatizando las palabras con su enorme dedo índice-fueron en su día mas apreciados que el oro y los esclavos en timbuctu”. Encendió una linterna y se coloco sobre la nariz unas gafas muy estropeadas por el uso. Pasando las hojas cuidadosamente con sus dedos colosales, comenzó a leer en árabe mientras el tratante de sal iba traduciendo; “¿Piensan los hombres que se les dejara decir: ¡creemos!, Sin ser probados? Ya probamos a sus predecesores, y Al-lah conoce perfectamente a los sinceros y a los que mienten”.
Me pregunte que tendría que ver aquello con el francés. “Mire que figura caligráfica- dijo el gigante, señalando las delicadas volutas de tinta roja y negra, desvaída sobre la hoja amarillenta-. Se lo dejo a buen precio. “ recorrí entonces al repertorio de excusas con que solía librarme de los que vendían orfebrería de plata cerca de la mezquita. Le agradecí que me mostrara el libro y le dije que era demasiado hermoso para salir de timbuctu.El gigante respondió educadamente con un movimiento afirmativo de cabeza, recogió el pergamino y desapareció escaleras abajo…….

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